Lo recuerdo como si estuviera sucediendo ahora. El Domingo 13 de noviembre del 2011 a las 9:00 de la mañana. Iba yo manejando por Colón para asistir a mi penúltima clase del Certificado en coaching con PNL. Había un sol amarillo y brillante, la luz de la mañana entraba por entre los árboles que hay bajando a la altura del nueve mil. El ambiente se sentía tibiecito y en la radio sonaba “In my dreams” de REO Speedwagon. Fue entonces cuando decidí llorar, simplemente porque tenía una pena grande. Fue la primera vez en mi vida y fue increíble. Creo que bajé 100 kilos en 15 minutos y les juro que llegué realmente feliz a clases.
Les cuento esto porque fue ese momento en el que me di cuenta que estos señores de INPACT me habían hecho trampa. Trampa porque no era esto por lo que yo había pagado… yo sólo quería estudiar coaching. Y resultó que recibí más de lo esperado porque además de haberme lavado el cerebro, también me enjuagaron el corazón.
Este «recibir más de lo esperado» representa lo que para mí y para nosotros significó esta certificación. Muchos llegamos a buscar conocimientos, otros a buscar experiencias, otros a afianzar aprendizajes anteriores y otros buscaban conocerse más. Lo notable es que independiente de lo que vinimos a buscar, encontramos todo eso y mucho, muchísimo más. Algunos estaban advertidos pero yo les prometo que nunca pensé que el cambio era tan profundo. Por mi parte les puedo compartir que en mi caso, ese “más de lo esperado” fue que encontré paz y que descubrí una pasión.
Tan solo por esos dos extra-bonus es que no puedo pararme aquí y dejar pasar la oportunidad de dar las gracias.
Darle las gracias a Paul y a Wolfgang por ser unos excelentes y muy pacientes maestros, por el buen humor de los dos (cada uno en su estilo), por las historias, por los consejos, por enseñarnos a dejar a las chicas «cansadas y felices» y sobretodo por las preguntas. Darle las gracias a Anne Laure y a Jessica por su acompañamiento, por su escucha atenta, por sus feedbacks y por el gran espionaje que nos hicieron todas las clases... Era increíble ver como siempre le apuntaban cuando nos elegían un compañero para ejercitar. Gracias a Grimanesa por el apoyo táctico, siempre pensando en que no nos faltara nada. Y por supuesto gracias a las señoras de la cocina que se preocuparon en cada break de hacernos engordar lo más posible.
Gracias totales a todos los compañeros del curso por la entrega, por la generosidad en los ejercicios, gracias por la valentía de ser carne de cañón con Paul y Wolfgang al frente de todos, gracias por la buena onda, por las miradas, por el happy hour y por presentarme el tofu del vegetariano. Gracias por sus orejas y otra vez, sobre todo gracias por sus preguntas.
Dije que había encontrado paz y descubierto una pasión.
La paz nació de los ejercicios con mi peer coach y con mis compañeros, de sus preguntas, de su preocupación y del gigantesco cariño que sentí me fue regalado todos los días. La primera semana de clases fue la que encontré la paz.
La pasión la descubrí inesperadamente la segunda semana.
Nos dijeron una y mil veces: «no tengan expectativas, simplemente dejen brillar al ser humano que tienen al frente». Pero no saben para mí lo difícil que fue dejar las expectativas sobre mí mismo, soltar la famosa frasecita mental de «ahora sí que lo hago llorar con esta pregunta».
Pero cuando al fin me quedé callado, cuando al fin fui transparente como vidrio, fue cuando pude de verdad entender lo que nos quiso decir Wolfgang. Entonces fue la primera vez que vi brillar a una persona frente a mí. También me acuerdo. Fue allá al fondo del patio de Jose Miguel Infante, número 85. Era un ejercicio de posiciones perceptuales al final de la tarde y ahí estaba una gran persona, creciendo, aprendiendo, encontrando sus respuestas en silencio, simplemente brillando. Sé que esto puede sonar algo cursi, pero me da lo mismo porque es la pura y santa verdad. Y así fue como sin esperarlo, me hice un apasionado de los seres humanos que brillan.
Ahora si me permiten, para terminar les tengo dos invitaciones.
La primera es a no esconderse: si ya somos coaches, ¡pues a coachear!. Probablemente no somos los grandes maestros del universo del coaching, pero algo aprendimos y quizás podamos ser instrumento para que otra persona aprenda algo nuevo y alcance una o dos de sus metas. Eso ya vale la pena. Nada de esconder lo que nos enseñaron, a trabajar.
Y la segunda es a aprender más. Creo que todos los presentes tenemos total claridad que hay un camino largo por recorrer en esta disciplina. Pues a recorrerlo entonces, a volver a estudiar, a volver a ser el que pregunta todo, ¡a volver a ser el que no sabe nada en la sala!. Y ojalá que nos encontremos de nuevo en este camino.
Profesores y compañeros, fue un honor aprender de ustedes. Gracias a todos y gracias a Dios por esta tremenda oportunidad.
Que sean todos muy felices.
Juan Manuel Jordán
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